En ocasiones al tratar una determinada enfermedad, se producen efectos positivos en otra padece la persona, tal es el caso de la epilepsia y la depresión mayor.
La epilepsia es un trastorno neurológico, por el cual, quien lo padece sufre descargas eléctricas descontroladas por la corteza cerebral, lo que se conoce como ataque epiléptico, lo cual va acompañado de agitación motora, con espasmos y convulsiones de los músculos, pérdida de conciencia, y hasta caídas.
Previo al ataque epiléptico se suele producir lo que se conoce como petit mal, en ocasiones con crisis de ausencia, donde la persona parece estar como «ausente», sin darse cuenta de lo que le sucede a su alrededor.
Pero no siempre que sucede el petit mal va a ir acompañado de una crisis epiléptica.
La gravedad del paciente depende tanto de la edad de inicio de estos ataques así como del número de estos que se producen durante la semana.
El tratamiento en estos casos suele orientarse a controlar los ataques epilépticos, para lo cual se utilizan fármacos anticonvulsivos con los que controlar la aparición incluso del petit mal, pero ¿Es este el único tratamiento válido aplicable para el control de la epilepsia?



Esto es precisamente lo que trata de averiguar un reciente estudio realizado por el Hospital Privado de Belmont, la Universidad Tecnológica de Queensland y la Universidad Griffith (Australia), publicado recientemente en el Journal of Psychology and Psychotherapy.
En ésta ocasión se trata de una investigación de caso único, es decir, donde se describen los efectos de la intervención en una sola persona, en concreto de una mujer sin antecedentes familiares de epilepsia. Ésta paciente ha abusado del alcohol, y padecido durante más de veinte años un trastorno de depresión mayor, habiéndose constatado ideaciones suicidas.
A ésta paciente se le administró un tratamiento empleado para el caso de la depresión mayor, mediante la terapia electro-convulsiva, que consiste en administrar descargas breves al cerebro mediante electrodos.
Lo que tiene efectos secundarios leves como dolor de cabeza, confusión o pérdidas de memoria.
Se le aplicaron ocho sesiones de terapia electro-convulsiva durante cuatro semanas con el objetivo de tratar la depresión que sufría.
Un resultado inesperado fue la reducción significativa de las crisis epilépticas que sufría la paciente, algo que ni buscaba la intervención ni se esperaba.
El hallazgo permite abrir una nueva línea de investigación al respecto, ya más específicamente con pacientes sin trastorno de depresión mayor.
A pesar de los cual los resultados de éste estudio deben de tomarse con precaución debido a las peculiaridades del historial clínico de la paciente que incluye adicción al alcohol, haciendo que sus resultados sean difícilmente extrapolables a otros casos.
Los autores del estudio han revisado la bibliografía de casos similares, encontrando que no hay antecedentes con el objeto estudio de aplicar la terapia electro-convulsiva a pacientes con epilepsia, si no casos como el suyo, que se tratan otras psicopatologías que se presentan a la vez.
El estudio además cuenta con una clara limitación ya que se ha sido realizado sobre una sola persona, por lo que es difícil poder extraer conclusiones de qué sucedería en el resto de los pacientes que sufren epilepsia si se les administrase la terapia electro-convulsiva.
Dicho lo cual, abre una puerta de esperanza alternativo al tratamiento farmacológico que actualmente se administra, prácticamente para toda la vida.
Ahora queda investigar no sólo si estos efectos son consistentes en pacientes que sólo muestran epilepsia, si no también comprobar si son definitivos, es decir, una cura a ésta patología, o bien son temporales por lo que requeriría de una nueva intervención.
Igualmente y una vez corroborado su eficacia se han de establecer los parámetros más técnicos como el número de sesiones, la intensidad de la terapia, la edad indicada para el tratamiento así como las contraindicaciones, todo ello antes de considerarlo una alternativa real para el tratamiento de la epilepsia.