Etiqueta: Psicología

  • ¿Cómo vivir con la Fibromialgia?, cuando el dolor no cesa

    ¿Cómo vivir con la Fibromialgia?, cuando el dolor no cesa

    El dolor, es una de las mejores herramientas sintomáticas, ya que va a ayudar al profesional de la salud a conocer, la localización, intensidad y “gravedad” de aquello que tiene el paciente.
    Al contrario de lo que se supone, no es algo negativo a evitar, sino que es conveniente siempre que éste se produzca de forma puntual, como aviso al organismo de que algo no funciona correctamente.
    El dolor nos “protege” de aquello que nos “hace mal”, por ejemplo avisándonos de que algo está demasiado caliente o puntiagudo, “obligándonos” a dejarlo y no tocarlo. Pero el dolor tiene sus “limitaciones”, ya que está orientado principalmente a protegernos del exterior, pero no nos avisa de muchas de las “incidencias” internas de glándulas y órganos.
    El dolor como señal de aviso, cumple su función en cuanto se “desconecta” al desaparecer el peligro, sino éste se convierte en un problema por sí mismo.


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    Aunque hasta ahora la evaluación del dolor se realizaba con medidas subjetivas, actualmente se están desarrollando sistemas de evaluación, mediante electromiografía y potenciales evocados, donde se detectan los cambios en la musculatura y la actividad neuronal ante el dolor, respectivamente.
    Gracias a ésta obtención de signos, recientemente se ha podido definir un nuevo síndrome, caracterizado por un dolor crónico, denominado síndrome de fibromialgia, en donde el dolor se extiende por todo el cuerpo, sensibilizando los órganos, músculos y articulaciones, de forma que cuando se hace el “menor esfuerzo” inmediatamente se siente una “descarga” de dolor.
    La persona que sufre éste síndrome, padece un dolor incapacitante, difuso y cambiante en su localización, variando de intensidad según la hora del día y el estado de ánimo, además de persona a persona “muestra su cara” de forma diferente, es por ello que hasta ahora se había tenido en cuenta como un trastorno psicológico, parecido al de la histeria de conversión, en donde se producía una “somatización” de síntomas dada por conflictos inconscientes.
    La vía del dolor está bien conocida, iniciándose desde los receptores, en las terminaciones nerviosas nocioceptivas repartidas por todo el cuerpo, encargadas de detectar cambios bruscos de temperatura o presión, información que es transmitida a través del asta dorsal de la médula espinal, hasta el cerebro, en concreto pasando por el bulbo raquídeo y de ahí al tálamo hasta la corteza parietal, jugando las zonas frontales de la corteza, un papel importante en la evaluación cualitativa del dolor.

    El tratamiento cuenta con algunas dificultades, dado tanto por la hipersensibilización, como por la habituación a la medicación. En el primer caso, el continúo “martilleo” del dolor, hace que éste se espere y desespere al que lo sufre, sensibilizandolo, sintiéndolo más intensamente de lo que es; igualmente, el consumo de opioides, como medicamentos para combatir al dolor, hace que se produzca un proceso de habituación a la misma administrada, perdiendo de ésta forma sus efectos, siendo necesario incrementar la dosis para obtener los mismos efectos anteriores, lo que además conlleva a un problema de peligro de adicción a los opiáceos como la morfina, convirtiéndose en “imprescindibles” para el día a día.

    Si hasta ahora hemos hablado del dolor como señal de aviso, y de su faceta “desagradable” cuando la señal es continua y crónica, también se puede experimentar dolor como algo “placentero”, algunos autores han encontrado que la dopamina, que juega un papel destacado tanto en las vías del dolor, como en las del placer, puede afectar en el mismo momento en aquellas personas que tienen alteraciones estructurales del cerebro de base genética; otra explicación viene de la vía de las endorfinas, producidas para mitigar la señal del dolor, una vez recibido por el cerebro, precisamente el “placer” estaría en una sobreproducción de las endorfinas por lo que se busca el dolor como forma de conseguirlo, otros autores lo han atribuido a un “fallo” en el aprendizaje en etapas tempranas donde una madre “castigadora” hace que de adulto se busque el dolor como algo “natural”.
    Bibliografía Recomendada
    Oh, T.H., y Vincent, A. (2013). Obesity Affects Severity of Symptoms and Quality of Life in Patients with Fibromyalgia. International Journal of Physical Medicine & Rehabilitation

    Moreno, MIC y cols (2010). Tratamiento Cognitivo-Conductual, Protocolizado y en Grupo, de la Fibromialgia. Clínica y Salud.

    Álvaro, T. y Traver, F. (2010). Una visión psiconeuroinmunológica de la fibromialgia. Revista de psicopatología y psicología clínica.

  • ¿Por qué no me responden mis músculos?

    ¿Por qué no me responden mis músculos?

    La distonía neurocirculatoria, es la modificación del correcto “uso” de la musculatura por parte del organismo.

    Un ejemplo de ésta modificación, es cuando hemos realizado ejercicios sin el calentamiento previo oportuno, es frecuente, que durante las horas siguientes sintamos calambres. Igualmente el ejercicio excesivo de un grupo de músculos, puede hacer que temporalmente éstos queden “flojos” y flácidos, recuperando su “tono” muscular pasadas unas horas.
    La musculatura repartida por todo el cuerpo, permite a la persona realizar los movimientos gracias a su capacidad de contracción y relajación de los tejidos blancos que lo componen. Todo ello «guiado» desde el sistema nervioso central, quien da las órdenes que permiten realizar los movimientos de forma coordinada.
    Nada más que hay que pensar en todos los grupos de músculos implicados en el andar, y que sin un «plan» establecido, sería dificultoso e incluso imposible poder hacerlo tan «armoniosamente».
    Cuando esta distonia es crónica, se denomina síndrome distónico, en donde se ve alterado la tonalidad de la musculatura, ya sea total o parcialmente, normalmente asociado a causas genéticas o por un traumatismo craneoencefálico, lo que se puede expresar con pérdida de fuerza en los músculos, calambres, espasmos involuntarios, temblores, y descoordinación de los movimientos, acompañados en algunos casos de dolor.
    Además de los signos, entre los síntomas está la inquietud por sus movimientos, tratando de ocultar sus manos y pies, carraspeo frecuente, debido al cambio de tonalidad de la voz, todo lo cual va a conllevar agotamiento físico y psicológico, dificultades para concentrarse, alteraciones del estado de ánimo debido a esa sensación de falta de control de su propio cuerpo, problemas digestivos y alteraciones del sueño, lo que en algunos casos le conduce a la depresión



    Síntomas parecidos a los que expresan los pacientes, con síndrome de Tourette también denominado de tics crónicos, donde se dan también signos motores involuntarios expresados a modo de tics, que producidos crónicamente van a interferir en el normal desarrollo de la vida social, ya que suelen estar asociados a la coprolalia, que es la emisión de “tacos”, palabras obscenas y socialmente inadecuadas, causadas por su falta de control.
    Como vemos, una alteración en nuestro tono muscular, va a ser también indicativo de que algo no va bien dentro de nuestro organismo, ya sea a nivel neurológico o medular, relacionado normalmente con el sistema nervioso; cuando éste se “deteriora” por alguna enfermedad neurológica puede producir enfermedades como la de Parkinson o la corea de Huntington también denominado Bailes de San Vito.
    Un estudio realizado por la University of Leicester recientemente publicado en Science Translational Medicine afirma que ha dado un paso decisivo contra las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson. El equipo de investigación encontró hace tiempo que las células neuronales morían precipitadamente al acumularse una determinada proteína, a partir de ahí han diseñado una nueva «droga» que bloquea dicha proteína, proporcionando mayor vida a las neuronas.
    Aunque la investigación que todavía se encuentra en fase de experimentación con animales, ha mostrado resultados positivos a nivel neuronal, aunque con ciertos efectos secundarios al dañar el páncreas, debidos a la toxicidad de la droga.
    Todo ello abre una puerta a la esperanza ante unas enfermedades que hasta ahora existían limitadas opciones a nivel farmacológico, siendo en todo caso necesario la reeducación funcional de las capacidades «perdidas» por parte de los pacientes, de forma que se puedan compensar las habilidades afectadas con nuevas estrategias.
    Aunque se trata de un avance incipiente, del que todavía hay que esperar un largo camino de experimentación antes de convertirse en un fármaco disponible para pacientes afectados por demencias y otras patologías neurodegenerativas que cada vez afecta a más población, debido principalmente a causas demográficas por el creciente envejecimiento de la población debido al aumento de la esperanza de vida.

  • Dime cómo respiras y te diré si estas sano

    Dime cómo respiras y te diré si estas sano


    Los síndromes son síntomas y signos que aparecen previos a una enfermedad o como expresión de ésta.

    Los signos son datos objetivos, que extrae el profesional de la salud, directamente utilizando algún elemento para medir, mientras que los síntomas, son las sensaciones y vivencias subjetivas de los pacientes, a los cuales hay que preguntar para saber qué es lo que les pasa, dónde, con qué frecuencia e intensidad.
    Desde la aproximación psicosomática se da el mismo valor a los síntomas que a los signos, siendo cualquiera de los dos indicativos de que “algo” va mal en el organismo y que “hay que poner remedio”, además, desde ésta perspectiva, se entiende que los síntomas, a la larga acarrearán signos de la enfermedad y que los signos traerán consigo síntomas, debido a la interdependencia de sistemas que forman el cuerpo humano.

    Los síndromes son cuadros que pueden aparecer como consecuencia de una enfermedad o ser la expresión previa de la misma, pudiendo tener un origen de tipo biológico (genético), como en el caso del síndrome de Down, o de tipo psicológico, como en el caso del síndrome de Estocolmo.
    En el primer caso, en el síndrome de Down, durante la gestación se produce una alteración en la transmisión genética, produciéndose una trisomía en el cromosoma 21. Por su parte, en el síndrome de Estocolmo, se produce un cambio de actitud y conducta, debido a una identificación con los ideales y formas de actuar de las víctimas de un secuestro, una vez han sido liberadas.
    Desde la perspectiva psicosomática, los síndromes más “comunes”, que tienden a aparecer de forma más frecuente en la consulta, son los relacionados con la ansiedad, la distonía neurocirculatoria, el dolor o la hiperventilación.

    La hiperventilación, hace referencia a una alteración del normal proceso de respiración, el cual es muy sensible a las variaciones en los estados emocionales de la persona, pudiéndose distinguir desde las aspiraciones más profundas y pausadas de los ejercicios de relajación, hasta los más aceleradas y entrecortadas de la euforia o la agresividad, pasando por los más livianos suspiros de la melancolía, e incluso la detención de la respiración con el miedo.
    Que se produzcan hechos puntuales de respiración forzadas, lenta o supresión de la misma, es natural, y parte de la expresión de las emociones, pero cuando éstas alteraciones permanecen pueden dar pistas de que algo no funciona adecuadamente en el organismo.
    En ocasiones se produce una respiración rápida y superficial, denominada taquipnea, debido a estar realizando o haber acabado algún ejercicio físico, o actividad que requiere cierto grado de esfuerzo por parte del organismo, igualmente puede darse en situaciones de mucho calor, como forma de “refrescarse” internamente.
    Pero cuando ésta respiración acelerada se produce de forma continuada y sin causa que lo justifique, además de ser molesto para quien está a su lado, puede ser indicativo de neumopatía (enfermedades pulmonares como asma, asfixia o neumonía) o de otros problemas de salud, como insuficiencia cardíaca.
    En cambio una hiperventilación, es decir, una respiración rápida o profunda, suele producirse de forma natural en estados de sobreactivación por ansiedad o pánico, donde además se acompaña con la sensación de que “le falta a uno el aliento”, volviéndose a su ritmo normal cuando ha pasado la circunstancia que lo ha provocado.

    Si ésta se produce de forma continuada, se estará ante un caso de síndrome de hiperventilzación, generado por una vivencia “exagerada” de emociones de estrés, ansiedad, depresión o ira. Con éste síndrome, además de la alteración en la respiración, y precisamente debido a ello, van a aparecer hormigueos en las extremidades superiores, dolor en el tórax, mareos, sequedad en la boca, piernas débiles, temblores, palpitaciones, vértigo, debilidad, trastornos del sueño y confusión, entre otros.
    Todo ello explicado por la función misma de la respiración, al inhalar aire, se inspira oxígeno y al exhalar se expira principalmente dióxido de carbono. El organismo mantiene así un equilibrio que se ve roto con la hiperventilación, donde se produce una entrada masiva de oxígeno, que no llega a ser “procesada” suficientemente rápido para exhalarlo como dióxido de carbono.
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    En una última revisión al respecto realizado por la All India Institute of Medical Sciences recientemente publicado en el Al Ameen Journal of Medical Sciences en donde se analizan las distintas aproximaciones diagnósticas de las enfermedades pulmonares, como asma, rinitis alérgica, bronquitis,…

  • Enfermedades provocadas por una vida llena de agresividad

    Enfermedades provocadas por una vida llena de agresividad

    El sentimiento de agresividad se convierte en algo primario dentro de nuestro desarrollo, que nos sirve para definirnos como individuo, con lo que poder establecer los límites de territorialidad y posesión, aspectos que la sociedad actual ha educado para realizarlo de forma más “civilizada”, pero que cuando se dan las circunstancias de desinhibición, por el consumo de alcohol u otra sustancia, reaparecen como un instinto de supervivencia.
    Todavía no está claro sobre el papel que juega la genética o el ambiente social en la “determinación” de la agresividad, entendiéndose que es una combinación de ambos, el desarrollo en un ambiente “marginal” en donde el miedo por la inseguridad es constante, la agresividad se va a “activar” como forma de autodefensa de sí mismo y de los demás, vivenciando desde pequeño como “normal” actos delictivos, ofensivos y agresivos.
    Además la violencia conlleva un plus, al ir revestida de poder, aquel que es más agresivo es temido y “respetado” por los demás, que procuran no contrariarle en nada ni “ponerse en su camino” para no sufrir las consecuencias.
    Los pequeños que han sido víctimas de ésta agresividad intrafamiliar, cuando crecen van a tender a repetir dicho modelo con sus parejas, sobre todo en la adolescencia temprana van a “rebelarse” contra su posición de víctima para convertirse ahora en los agresores, buscando que los demás le teman y “respeten” tanto como lo hacían con su agresor.

    En ocasiones no es capaz de “devolver” la agresividad recibida a quien le ha estado “castigando” injustamente, porque es más fuerte o porque ya no está, lo que genera gran frustración, en este caso orienta toda esa “rabia” contenida en otra tercera persona o en un objeto.
    Por lo que se convierte en un círculo vicioso dentro de las familias y en los barrios “marginales”, donde la forma de sobrevivir es con y para la agresividad.
    La agresividad puede ser directa o indirecta, en el primer caso estamos hablando de golpear, pegar a algo o a alguien física o verbalmente, en el segundo caso, más empleado por las mujeres, se trata de una agresión “psicológica”, en el que con murmuraciones, comentarios a la espalda,… trata de minar la credibilidad de la persona y burlarse de ella ante los demás.
    Pero si hasta ahora hemos hablado de agresividad hacia alguien o algo externo, también hay que mencionar la posibilidad de que ésta agresividad esté dirigida contra uno mismo, ya sea por un alto nivel de frustración, unido a una baja autoestima o un elevado sentimiento de culpabilidad que le hace sentirse constantemente mal consigo mismo.
    Los pequeños aprenden desde etapas muy tempranas, cómo canalizar la frustración de sus deseos, y es mediante la corrección y supervisión de sus progenitores, especialmente del padre, cuya ausencia puede facilitar la agresividad.
    La agresividad a parte de las consecuencias físicas que entraña al golpear a otro, va a conllevar una serie de problemas en la salud provenientes de la expresión de la conflictividad interna mostrándose como enfermedades psicosomáticas, dependiendo de la intensidad sentida va a influir:
    – A nivel digestivo, con expresiones como anorexia, bulimia, “bola esofágica”, náuseas, vómitos o diarreas, ante los casos “más leves” de agresividad; a niveles “intermedios”, obesidad y colitis espasmódica; y a niveles “elevados” de agresividad úlceras gastroduodenales y rectocolitis hemorrágica.
    – A nivel cardiovascular con taquicardia, palpitaciones, alteraciones de la presión arterial, a nivel más “superficial”; dolores precondiales, lipotimias, desvanecimientos, distonía vegetativa o trastorno vasosimpático, a nivel “intermedio”, y a niveles altos de agresividad, infartos de miocardio e hipertensión arterial crónica.
    Un elevado nivel de agresividad contenida, además de los efectos psicosomáticos citados, va a afectar a otros órganos, siendo generador de enfermedades como, a nivel respiratorio provocando asma; o en la piel, alergia con manifestaciones de palidez y sonrojo.


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    Las consecuencias de las Enfermedades psicosomáticas, asociadas a altos niveles de ansiedad, debido a la relación del sistema P.N.I.E., es aplicable en el caso de personas con altos niveles de agresividad, ya que van a estar “siempre” dispuestas para la lucha, lo que va a provocar un agotamiento prematuro de los órganos del cuerpo, producido por los niveles de estrés elevados, que con ello facilita la aparición de las enfermedades psicosomáticas. Es por ello, que hay que enseñar a los más pequeños a canalizar correctamente su frustración y agresividad, no sólo porque eso le ayudará a su desarrollo en sociedad, sino porque así se le ayuda a prevenir la aparición de enfermedades psicosomáticas.

    Un reciente estudio realizado por la Universidad Case Western Reserve (EE.UU.), publicado en el 213 en la revista científica Child Abuse & Neglect, analiza la relación de la violencia intrafamiliar con la que luego expresan pequeños entre los 3 y 8 años de edad. Los resultados informan de que los pequeños exhiben más comportamientos agresivos cuando la madre tenía problemas psicológicos y mostraba baja calidez hacia el menor, en cambio, y al contrario de lo que se podría esperar, no encontraron una mayor agresividad entre los menores que vivían en un ambiente con violencia intrafamiliar ni entre los que habían sufrido abusos físicos.

    Ésta agresividad como se ha indicado se puede generar desde pequeño por vivir en un ambiente “inadecuado” e inseguro, pero también ante la ausencia del padre, quien al no poner “límites” va a hacer que el pequeño no refrene sus deseos, lo que va a “chocar de frente” con el “mundo exterior”, que le generará gran frustración que va a exteriorizar a través de la agresividad. Igualmente una figura rigurosa y estricta va a provocar que durante la adolescencia se produzca una respuesta “inversa” con agresividad como forma de “liberarse”.
    Incluso los sentimientos de culpa que para unos es invalidante, “aplanando” su quehacer diario por esa excesiva carga que le “atormenta”, para otros en cambio se convierte en escusa para expresar su agresividad, debido a la frustración que los pensamientos recurrentes le generan sobre su “mal hacer”.
    Realizar una breve mención en éste momento sobre la estrecha relación existente entre la agresividad y la ansiedad, definida ésta segunda, como la preparación para la acción, ya sea de huida o de evitación en el caso de que “venga” un peligro, pero también cuando es la propia persona quien “inicia” la acción.




  • ¿Por qué nos relacionamos así con la pareja y amigos?

    ¿Por qué nos relacionamos así con la pareja y amigos?

    La figura paterna va a tener una mayor influencia en la etapa de identidad del pre-adolescente, momento que coincide con la fase genital de Freud, y donde se acentúa el Complejo de Edipo, aspecto que debe de superarse para construir una identidad sana, ya que si no, puede ser germen de problemas inconscientes futuros.
    El complejo de Edipo, es un sentimiento de dualidad, entre el amor y el odio, que surge en contra de la figura de autoridad representada por el padre, en el caso del pequeño tiene una ambivalencia ante la admiración y el deseo por ser como la figura paterna, pero con sentimientos de amor hacia la figura materna, mientras que el padre se convierte en un competidor por su cariño y atención, por lo que es una figura a odiar, a él y a cualquiera que intente “acercarse” a su madre. Pero tiene además un sentimiento de admiración, agradecimiento y respeto hacia el padre, de ahí sus sentimientos confrontados.
    Con posterioridad Carl Jung sugirió el concepto del complejo de Electra para la niña frente a la figura de la madre, que aparece en la misma etapa de desarrollo, como generadora de conflictos inconscientes que se deben de superar, para que no queden “secuelas” en forma de enfermedad durante la madurez. En éste caso también se produce una ambivalencia, de amor-odio hacia la madre, de amor hacia el padre, ya que quiere ser la única figura de su atención, para lo cual debe de competir con su madre, de ahí el sentimiento de odio hacia ella y hacia cualquier otra mujer que se le “acerque” al padre. Al igual que en el caso del niño, la niña, siente cariño y agradecimiento hacia su madre, de la cual no “aguanta” que esté cerca de su padre.

    La figura de autoridad representada por el padre va a llevar un proceso inverso al del desarrollo moral del pequeño, en la medida que a mayor capacidad de juicio y moral, sentirá que su padre tiene cada vez menor autoridad, pasando desde los primeros momentos en que “su palabra es ley”, y se debía de acatar sin posibilidad de réplica, a una fase intermedia donde se podía tratar de hacer variar las normas y castigos, negociando, principalmente por la intermediación de la madre, para convertirse únicamente en un referente más dentro de la sociedad que sugiere normas de conducta, pero sin estar envuelto en ningún «halo» de autoridad.
    A pesar de que al final haya perdido casi todo el «valor» autoritario el padre, su figura es fundamental para «marcarle» los primeros momentos, lo que va a ayudarle a conformar la propia moral, en palabras de Freud el superyo, es decir, las reglas sociales interiorizadas que van a servir para regirse en la vida, de forma que sepa qué está bien o mal socialmente hablando.

    Una de las dificultades con las que se encuentra el menor, es cuando no tiene o pierde ese referente de autoridad, ya que en ocasiones, debido a aspectos laborales o de otra índole, el progenitor puede estar fuera de su casa durante horas, días, semanas,…, pero también la pérdida del progenitor por fallecimiento, separación o divorcio va a influir en el menor en lo que se conoce como padre ausente.



    Desde el punto de vista psicoanalítico, la carencia de la figura paterna y con ello de la autoridad, que va a servir para formar el superyo, va a hacer que el pequeño no se vea limitado en el goce, es decir, no hay quien le “regañe”, corrija e indique qué es conveniente y adecuado en cada momento, por lo que se va a regir únicamente por lo que quiere, como lo quiere y cuando lo quiere, lo que de adulto se va a expresar en una “alteración” en la percepción de las relaciones sociales, sintiéndolas como “hostiles” o idealizándolas. En el primer caso, el otro se convierte en fuente de frustración que no le permite hacer lo que ha hecho desde pequeño, lo que ha querido; en el segundo caso, el otro se convierte en fuente de placer para la satisfacción propia, infravalorándose a favor de conseguir lo que quiere del otro.
    Ambas facetas se van a expresar tanto en las relaciones de amistad como con la pareja, donde no se establece una “conexión” sana y fluida, sino que se produce una competitividad por destacar y quedar por encima, en el caso de las relaciones hostiles, mientras que en la idealización, se llega uno a humillar y hacer todo lo que quiera la otra persona, con el fin de que no le abandone.

    Una relación sana y madura entre dos personas, ya sean amigos o pareja, va a implicar cierta cesión de nuestros intereses y deseos, en favor de la otra persona, pero igualmente debe de requerir que la otra ceda a favor tuya. Por ejemplo, si uno quiere ver una película y la otra persona ir al baile, uno debe de ceder, pero en la próxima ocasión debe ser la otra persona quien ceda.

    Hay que tener en cuenta que que una relación sana y estable, además del cariño y la comprensión de la otra persona, va a evitar que suframos enfermedades, ayudando a la adopción de hábitos saludables, lo que se va a traducir en un incremento de la esperanza de vida, lo contrario que una relación conflictiva, que debido al estrés constante va a debilitar el sistema inmune facilitando las enfermedades, así al menos se ha evidenciado en varios estudios a lo largo de estos últimos años, llegándose a proporner modelos de «Familias Saludables como la realizada desde la University of Isfahan (Iran) recientemente publicado en el Journal of Basic and Applied, donde se analizan a 16 familias y 21 parejas, a los cuales se les pasó un extenso cuestionario. Sin duda un importante desarrollo teórico sobre la variables que se han de tener en cuenta, aunque los resultados son válidos para el modelo de vida de la sociedad iraní, hay que realizar más investigaciones en otras culturas para encontrar el «Modelo de Familia Saludable» en cada lugar.

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