El dolor, es una de las mejores herramientas sintomáticas, ya que va a ayudar al profesional de la salud a conocer, la localización, intensidad y “gravedad” de aquello que tiene el paciente.
Al contrario de lo que se supone, no es algo negativo a evitar, sino que es conveniente siempre que éste se produzca de forma puntual, como aviso al organismo de que algo no funciona correctamente.
El dolor nos “protege” de aquello que nos “hace mal”, por ejemplo avisándonos de que algo está demasiado caliente o puntiagudo, “obligándonos” a dejarlo y no tocarlo. Pero el dolor tiene sus “limitaciones”, ya que está orientado principalmente a protegernos del exterior, pero no nos avisa de muchas de las “incidencias” internas de glándulas y órganos.
El dolor como señal de aviso, cumple su función en cuanto se “desconecta” al desaparecer el peligro, sino éste se convierte en un problema por sí mismo.
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Aunque hasta ahora la evaluación del dolor se realizaba con medidas subjetivas, actualmente se están desarrollando sistemas de evaluación, mediante electromiografía y potenciales evocados, donde se detectan los cambios en la musculatura y la actividad neuronal ante el dolor, respectivamente.
Gracias a ésta obtención de signos, recientemente se ha podido definir un nuevo síndrome, caracterizado por un dolor crónico, denominado síndrome de fibromialgia, en donde el dolor se extiende por todo el cuerpo, sensibilizando los órganos, músculos y articulaciones, de forma que cuando se hace el “menor esfuerzo” inmediatamente se siente una “descarga” de dolor.
La persona que sufre éste síndrome, padece un dolor incapacitante, difuso y cambiante en su localización, variando de intensidad según la hora del día y el estado de ánimo, además de persona a persona “muestra su cara” de forma diferente, es por ello que hasta ahora se había tenido en cuenta como un trastorno psicológico, parecido al de la histeria de conversión, en donde se producía una “somatización” de síntomas dada por conflictos inconscientes.
La vía del dolor está bien conocida, iniciándose desde los receptores, en las terminaciones nerviosas nocioceptivas repartidas por todo el cuerpo, encargadas de detectar cambios bruscos de temperatura o presión, información que es transmitida a través del asta dorsal de la médula espinal, hasta el cerebro, en concreto pasando por el bulbo raquídeo y de ahí al tálamo hasta la corteza parietal, jugando las zonas frontales de la corteza, un papel importante en la evaluación cualitativa del dolor.
El tratamiento cuenta con algunas dificultades, dado tanto por la hipersensibilización, como por la habituación a la medicación. En el primer caso, el continúo “martilleo” del dolor, hace que éste se espere y desespere al que lo sufre, sensibilizandolo, sintiéndolo más intensamente de lo que es; igualmente, el consumo de opioides, como medicamentos para combatir al dolor, hace que se produzca un proceso de habituación a la misma administrada, perdiendo de ésta forma sus efectos, siendo necesario incrementar la dosis para obtener los mismos efectos anteriores, lo que además conlleva a un problema de peligro de adicción a los opiáceos como la morfina, convirtiéndose en “imprescindibles” para el día a día.
Si hasta ahora hemos hablado del dolor como señal de aviso, y de su faceta “desagradable” cuando la señal es continua y crónica, también se puede experimentar dolor como algo “placentero”, algunos autores han encontrado que la dopamina, que juega un papel destacado tanto en las vías del dolor, como en las del placer, puede afectar en el mismo momento en aquellas personas que tienen alteraciones estructurales del cerebro de base genética; otra explicación viene de la vía de las endorfinas, producidas para mitigar la señal del dolor, una vez recibido por el cerebro, precisamente el “placer” estaría en una sobreproducción de las endorfinas por lo que se busca el dolor como forma de conseguirlo, otros autores lo han atribuido a un “fallo” en el aprendizaje en etapas tempranas donde una madre “castigadora” hace que de adulto se busque el dolor como algo “natural”.
Bibliografía Recomendada
Oh, T.H., y Vincent, A. (2013). Obesity Affects Severity of Symptoms and Quality of Life in Patients with Fibromyalgia. International Journal of Physical Medicine & Rehabilitation
Álvaro, T. y Traver, F. (2010). Una visión psiconeuroinmunológica de la fibromialgia. Revista de psicopatología y psicología clínica.