Es una emoción de la que somos consciente, que surge cuando se sabe que se ha realizado algo indebido, o que se ha dejado de hacer algo debido, es decir aparece como un sentimiento de responsabilidad, tanto por acción como por omisión.
Éste sentimiento precisa inicialmente tener unas bases de moralidad, o por lo menos conciencia de que aquello que se está haciendo no cumple con las expectativas esperables o que la dejadez de acción tampoco es lo deseable. Actualmente se entiende que el sentimiento de culpa, como el dolor, puede ser tanto positivo o negativo.
La función de la Culpa
El dolor sirve de aviso de que algo no va bien en el organismo y se ha de poner “remedio” para superarlo, éste sería el dolor “positivo”; el negativo es cuando éste mismo dolor se mantiene en el tiempo, incluso cuando ya se han adoptado las medidas para superarlo. Pues bien, exactamente pasa lo mismo con el sentimiento de culpa, éste se activa cuando hemos hecho algo que sabemos que es incorrecto, según nuestra propia moral, o que hemos dejado de hacer algo debido, lo que nos debe de llevar a reflexionar sobre qué nos ha llevado a errar, y a poner remedio en la medida de nuestras posibilidades, con la intención de no volver a equivocarnos una vez “aprendida la lección”, se trataría de algo positivo, en cuanto que nos sirve para reflexionar y crecer como persona aprendiendo de nuestros errores.
El aspecto negativo es cuando éste sentimiento de culpa permanece durante demasiado tiempo, incluso cuando ya hemos puesto “remedio” a aquello que lo originó, convirtiéndose de ésta forma en un “calvario” para la persona, que se va a sentir mal consigo misma por aquello que no consigue “olvidar”. Las personas que tienen estos sentimientos de culpa “anquilosados”, formando ya parte de su forma de ser, van a experimentar una serie de problemas de salud asociados a esa tensión continuada en el tiempo, como son dolor de cabeza o de estómago, opresión en el pecho y pesadez de hombros. Además va a tender a tener una determinada forma de pensar bastante extremista, entre blanco y negro, lo bueno y lo malo, sin percibir los matices de las circunstancias, con pensamientos intrusivos de autoreproche y agresividad contra sí mismo.
Tipos de culpa:
Pero cuando hablamos de sentimientos de culpa negativa, podemos distinguir entre tres modalidad:
– Los que se autoculpabilizan de “todo lo malo del mundo”, tenga que ver con él o no, es a lo que también se denomina como locus de control interno, por el que creemos que somos responsables de las consecuencias de todo lo que acontece a nuestro alrededor, siendo que en muchas ocasiones el resultado no va a depender de lo que hagamos o dejemos de hacer, sino de terceras personas que intervienen.
– Los que culpabilizan a los demás de todo lo suyo, sin asumir responsabilidad ninguna de sus actos o sus consecuencias, denominándose locus de control externo, donde las “culpas” siempre la tienen los demás, incluso cuando no hayan participado del hecho.
Que abarcaría las fijaciones en las urdimbres anteriormente comentadas, donde la persona adquiere la creencia de que aquello que hace o deja de hacer tiene consecuencias pero además se “apropia” de las responsabilidades de los demás, sintiendo como propios los errores de los demás.
– Los que excusan las responsabilidades propias y de los demás, achacándolo todo a las circunstancias, como si estas tuvieran “entidad” propia e hiciesen y deshiciesen “a su capricho”, siendo el eximente empleado por aquellas personas que tienen escasa o poca moral, en el sentido de que hagan lo que hagan, no se van a sentir responsables de sus resultados, por lo que va a seguir haciendo cualquier cosa que se le antoje.
Esto es a lo que coloquialmente se denomina “echar balones fuera” y consiste en culpar siempre a otro, ya sea el compañero de trabajo, la pareja,… y es más propio de personas “inmaduras” que se han quedado en una etapa anterior del desarrollo moral, donde identifica lo bueno con uno mismo, y lo malo con los demás. Un ejemplo de ello sería la persona que se justifica diciendo que “la vida me ha hecho así”, y por lo tanto no se molesta en mejorar ni cambiar, haciendo lo que hace sin ningún tipo de remordimiento al respecto. En ninguno de los sentimientos de culpa negativos anteriormente descritos realizamos un análisis de las circunstancias que nos han llevado a errar, ni asumimos la parte de responsabilidad que tenemos, de las consecuencias que nuestra acción o inacción han acarreado. Luego si no nos ha servido para reflexionar y aprender, la próxima vez que surja una situación parecida volveremos a cometer el mismo error.
Cualquiera de las tres situaciones anteriores no van a hacer sino perjudicar el normal desarrollo de la persona, generando conflictividad allá donde se encuentre, ya sea en el ámbito laboral, familiar o de pareja, ya que estos sentimientos de culpa además van a ir acompañados de un comportamiento acorde, en el primer caso de inactividad, por no “hacer más daño al mundo”, evitando el contacto con el exterior; en los dos restantes buscando el goce sin mirar más allá.