Uno de los procesos más sensibles de nuestro organismo es el sueño, el cual de forma natural se rige por un ciclo de ocho horas diarias en los adultos, coincidiendo normalmente con la noche.
El sueño lejos de ser “un tiempo perdido” tal y como se afirmaba con anterioridad, se considera hoy imprescindible para multitud de procesos, que se producen durante la noche, tanto a nivel psicológico, en cuanto a consolidación de las huellas de memoria, incorporando nuevos aprendizajes, como a nivel biológico, dando tiempo al organismo a los procesos de restauración y recuperación de la salud, sobre todo lo relacionado con el sistema inmune, el cual aumenta considerablemente su actividad en ésta fase de “desconexión” de la conciencia.
Pero tal y como se ha indicado, éste proceso es muy sensible a los cambios tanto biológicos como psicológicos de la persona. A nivel biológico, el tiempo de sueño necesario para descansar y reponerse va a variar en función de la edad, desde los primeros momentos en que existe un “descontrol” en cuanto al horario y número de horas que duermen los bebés, hasta las ocho horas que se suele instaurar a partir de la infancia y que va a acompañarnos el resto de nuestra vida.
A pesar de lo cual existen diferencias en cuanto a la manera que dormimos, ya sea en los jóvenes que trasnochan para estudiar o ir de fiesta y que “acumulan” ese sueño para recuperarlo todo seguido, independientemente de que sea de día o de noche; hasta las noches “interrumpidas” de los más mayores, incapaces de conciliar el sueño de ocho horas seguidas, viéndose truncado durante unos minutos en la madrugada, antes de volver a dormir.
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Hay que tener en cuenta que además puede verse afectado por factores externos que modifican el número de horas o el momento en que se descansa, así fenómenos como el trabajo por turnos y el nocturno, hace que muchas veces, se tenga que estar trabajando cuando los demás duermen.
En la literatura al respecto se ha constatado, desde hace mucho, los nocivos efectos que sobre la salud se produce al no tener un sueño reparador de calidad y durante la noche, afectando tanto a la capacidad retentiva y de atención, como a nivel metabólico, pudiendo llegar a ser dramático cuando la persona “deja de dormir” durante días, pues ese cansancio acumulado, va a producir poco a poco un colapso en los sistemas del organismo, tanto a nivel psicológico como biológico.
A todo lo anterior además se le une un factor psicológico, que influye sobre todo en la calidad del sueño, la cual se puede estimar como el “normal” proceso de descanso, desde que se acuesta uno, hasta que se levanta al día siguiente.
En éste “normal” proceso, la persona va a pasar desde la fase de activación consciente, a una de sueño profundo (no R.E.M.), de ahí a sueño ligero (R.E.M.), y otra vez se recupera la fase de sueño profundo, todo ello en una sucesión a lo largo de la noche hasta que llega la hora de levantarse.
EN la fase No R.E.M. o No M.O.R. del sueño, no se producen movimientos rápidos oculares, en ésta fase el cerebro está “descansando”, teniendo un sueño profundo y difícil de despertar, cuando se hace, la persona escasamente recuerda lo soñado, siendo normalmente próximo a la experiencia vivida durante el día anterior.
En la fase R.E.M. o M.O.R. del sueño, se producen movimientos oculares rápidos, y es cuando el cerebro está tan “activo” como cuando se está despierto, produciéndose el sueño paradógico, ligero y fácil de despertar, cuando se hace y se le pregunta sobre el contenido del sueño, éste se suele describir como muy vivido, con gran cantidad de detalles y elementos, aunque con ausencia de “linealidad” tanto temporal como espacial en la argumentación.
La explicación a esto se encuentra en la desactivación de algunas regiones del cerebro, sobre todo las implicadas con el movimiento de forma que la persona no “actúe” como sujeto dentro de su sueño, realizando los mismos movimientos en su cama, igualmente otras de las áreas desconectadas, son precisamente las que tienen que ver con la “linealidad” argumental espacio-temporal, de ahí la falta de conexión de las escenas y su aparente “sinsentido”.
Estas fases se van a ir sucediendo a lo largo de la noche, a la vez que se producen los efectos anteriores sobre la salud, debido a la sobreactivación del sistema inmunológico, lo que le permite cicatrizar antes las heridas a las vez que se renuevan las células del organismo, es cuando algunas madres comentan, se produce el “estirón” de sus hijos cuando estos son pequeños y van creciendo.
Un reciente estudio de la University of Pennsylvania (EE.UU.) recientemente publicado en Sleep Analiza la relación existente entre la falta de sueño y el aumento de peso, el consumo de calorías y la hora de la comida. Para ello evaluaron a 225 participantes quienes pasaron 5 noches sin dormir, observando su conducta de alimentación 2 días antes y después. Los resultados informan de un aumento de peso entre los que no dormían frente a un grupo control que dormía normalmente, debido a una ingesta masiva de calorías ingeridas principalmente durante la noche.
Dado lo cual se hace recomendable dormir las ocho horas diarias, tanto por mantener un buen nivel de salud física y psicológica, como por una cuestión estética, evitando así el aumento de peso.
Algo que ya se había apuntado en estudios anteriores, pero nunca con un resultado tan contundente por el número de participantes, y el estudio del consumo de calorías en los tres momentos de la ingesta, desayuno, comida y cena.
Bibliografía Recomendada:
Spaeth, A.M. y cols (2013). Effects of experimental sleep restriction on weight gain, caloric intake, and meal timing in healthy adults. Sleep
Tirapu-Ustárroz, J. (2012). Neuropsicología de los sueños. Revista de Neurología.
Idiazábal-Aletxa, M.A. y Aliagas-Martínez, S. (2009). Sueño en los trastornos del neurodesarrollo. Revista de neurología