Lo primero que hay que tener en cuenta es que algunos informes publicados semanas o días antes sobre la intención de voto de la población han sido durante mucho tiempo parte de la campaña de determinados grupos políticos de forma que “motivan” a su electorado a acudir a votar, es decir, en ocasiones no refleja tanto la realidad de “la calle” sino la imagen que se quiere ofrecer de partido victorioso, por ejemplo.
En otras ocasiones es, al contrario, mostrando estadísticas de resultado sin un claro vencedor lo que hace que los indecisos puedan cambiar su voto con el pensamiento de que así refuerzan a un determinado partido o evitan que entre otro.
Y luego está la estadística “real” que refleja lo que los encuestados responden por la calle a los entrevistadores que desde semanas antes van preguntando a todo el que se cruza. Estas encuestas, si están bien hechas, deben de recoger un número suficientemente grande para ser significativo, y con ello representativo de la población, es decir, no se puede preguntar a diez y pretender con ello afirmar que la población de un país opina de esa forma.
Suponiendo que la encuesta se ha realizado correctamente, con un suficiente número de entrevistados para que sea representativo y manteniendo los porcentajes correspondientes a las características demográficas de la población, suponiendo que todo lo anterior se cumple, luego llega el día de la elección y… sorpresa, los resultados no tienen nada que ver con las encuestas y sus predicciones, ¿Cómo es posible?
#DATO | @jorgerpsuv devela detalles de la estrategia norteamericana en campaña electoral mediante el uso de la Big Data y la psicología pic.twitter.com/HrvV6oDWpA
— Política en el Diván (@PoliticaDivan) 4 de abril de 2017
Esto es lo que ha tratado de responder con una investigación realizada desde el Instituto de Ciencias del Comportamiento, Universidad Radboud (Países Bajos) cuyos resultados han sido publicados en la revista científica Frontiers in Psychology.
Se llevaron a cabo tres estudios donde se ha tratado de validar un nuevo instrumento de medida denominado Self-Approach-Avoidance Task (Self-AAT) para determinar la actitud implícita y comparar si ofrece los mismos resultados que la actitud explícita.
Es decir, se busca comprobar si es posible saber las «verdaderas» intenciones de la persona, más allá de lo que pueda declarar en una encuesta.
Para ello se compararon los resultados obtenidos con instrumentos estandarizados como el Rosenberg Self-Esteem Scale (RSES) para la evaluación de las medidas explícitas y el Implicit Association Task (IAT) para la evaluación de las medidas implícitas.
Entre las ventajas de este nuevo instrumento está el que es más rápido de aplicación y no precisa de tantos ítems.
Los resultados muestran cómo se responde antes a estímulos familiares, frente a los desconocidos.
Igualmente valida los resultados de la comparación entre este nuevo instrumento y los estandarizados.
A pesar de lo anterior, sigue encontrando diferencias significativas entre los datos ofrecidos por los participantes en cuanto a la información explícita e implícita.
Por lo que, a pesar de la novedad en cuanto al diseño de esta prueba, capaz de detectar las «verdaderas» intenciones, todavía no se puede emplear para el ámbito del estudio de opinión o para un sondeo de intención de voto, ya que requiere que cada votante se siente durante un determinado tiempo en el ordenador para realizar dicha tarea.
Por lo que hasta que no se mejore el procedimiento se tendrá que seguir «fiándose» de los resultados de las encuestas realizadas a pie de calle, teniendo en cuenta las limitaciones que ello conlleva.