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  • Diada madre hijo

    Diada madre hijo

    En éstas líneas vamos a abordar la importancia de la relación entre la madre y su bebé, a lo que en el contexto de la Psicología Evolutiva se ha denominado diada madre-hijo.

    Ésta diada adquiere especial relevancia ya que va a ayudar a conformarse la personalidad del pequeño, así como ofrecerle las primeras experiencias con el mundo exterior, donde el pequeño va adquiriendo destrezas y autonomía con respecto a su propio cuerpo.
    La investigación sobre la importancia de los primeros años de vida se puso en evidencia en el siglo XVII, debido a los famosos casos de los niños salvajes, como el de Aveyron. Niños que no recibieron ningún tipo de estimulación social y que tenían importantes carencias en cuanto a sus habilidades de comunicación, que además, y a pesar de los esfuerzos de los investigadores de la época, no pudieron ser superadas para equipararse al del resto de los niños de su edad, surgiendo así la teoría del periodo crítico, por el cual lo que no se aprende en su momento no se puede aprender con posterioridad.
    Igualmente a como se había observado en los casos de raquitismo infantil producido por la falta de vitamina D, debido a una carencia alimenticia de calcio y fósforo, lo que conllevaba a la desminarilización de los huesos y cartílagos; igualmente, se planteó a mediados del siglo XIX que la falta de afecto en los pequeños o una relación inadecuada con la madre, desencadenaba una serie de consecuencias sobre el menor que con frecuencia no llegaba a recuperase, entre las cuales se encontraba, un retardo en el desarrollo, con lenguaje incompleto, sin hábitos sociales, con gran demanda de afecto y baja tolerancia a la frustración.
    En la misma época se comprobó algo que se había documentado desde hace tiempo, fue en los orfanatos alemanes, donde trataron de incrementar la esperanza de vida de sus menores, que era muy inferior a la de aquellos niños que vivía en una familia normal. A pesar de los esfuerzos en cuanto a incrementar las condiciones de salubridad de los orfanatos, al final se constató que lo importante era el cariño y la afectividad del cuidador, y su ausencia provocaba trastornos físicos y psicológicos del desarrollo, denominándose a éste efecto como hospitalismo.



    Estos antecedentes pusieron en evidencia la importancia de las primeras relaciones más allá de proporcionar cuidado y alimentación. Freud, consideraba a la madre como el primer objeto de deseo, ya que es a través de ella como se consigue la comida, la cual será la primera relación objetal que irá evolucionando, incorporando los elementos del mundo exterior a medida que aumentan las capacidades del pequeño.
    En la diada madre-hijo, el pequeño va a ir conformando su personalidad, de forma que al principio va a reflejar las necesidades y carencias de su madre, antes de establecer sus propias características. Algunos autores han planteado precisamente en éste reflejo del bebé, el origen de las enfermedades psicosomáticas, proveniente de la personalidad de la madre, debido a su permeabilidad por no tener aún conformada su propia identidad diferenciada. Así una personalidad represora por parte de la madre, va a hacer que el pequeño interiorice ciertos hábitos sobre el manejo de sus emociones que van a conformar parte de su personalidad, lo que va a hacer que tenga más probabilidades de enfermar, tal y como se ha observado en adolescentes.
    Estudios sobre depresiones infantiles y fenómenos como el de hospitalismo corroboran la importancia de la madre, no sólo de su presencia física, sino de su implicación emocional con el menor, el cual por un proceso de introyección va a asumir la vida emocional de la madre.
    En éste caso el término represor no hace mención al término psicoanalítico, que se refiere a un mecanismo de defensa, por el cual se mantienen las pulsiones en el inconsciente sin que puedan acceder al consciente; sino a una concepción en donde la persona exhibe una personalidad tipo C, que va a caracterizarse principalmente por una incapacidad de identificar y expresar sus propias emociones, sobre todo las negativas, como ansiedad, ira, rabia o agresividad.

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