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  • Componentes del cerebro emocional

    Componentes del cerebro emocional

    El mundo emocional es más complejo de lo que simple vista se puede ver, profundiza a través de éste artículo en los distintos elementos que lo componen.
    Cuando se habla de componentes de la emoción depende de dónde pongamos el foco de atención para decir que existen más o menos, así en una primera aproximación se pueden hablar de tres expresiones de la emoción:
    La neurofisiológica, abarca todas las vías y estructuras neuronales implicadas particularmente para cada una de las emociones, además de las respuestas vegetativas de vasocontricción, taquicardia, respiración acelerada y ruboración que acompañan a las emociones.
    La conductual, en el que nuestro cuerpo se convierte en “espejo” de nuestras emociones, manifestándose de forma involuntaria mediante la expresión facial y del resto del cuerpo, tensando o relajando determinados músculos, que pueden delatar lo que sentimos, incluso cuando tratamos de “disimularlo”. Igualmente éste componente nos habla de lo que vamos a hacer o no por seguir esa emoción, es decir, cómo se van a expresar todos aquellos actos motivados en nuestro comportamiento y en la forma en que nos relacionamos con los demás.
    La cognitiva, que tiene más que ver con cómo percibimos nuestra propia emoción y la de los demás, y cómo la interpretamos, es decir, la vivencia subjetiva de nuestros sentimientos. La carencia de una adecuada educación emocional puede estar detrás de la Alextimia, donde la persona es incapaz de identificar e interpretar correctamente sus propias emociones ni la de los demás.
    Podemos también hablar de componentes de la emoción para referirnos a sus cualidades y características como son:
    Emociones positivas frente a negativas (Wukmir, 1967), estando dentro de las primeras, el amor, la esperanza, el deseo, la compasión, la alegría,… y en cuanto a las negativas, la ira, el odio, la desesperación, la tristeza,…
    Emociones de alta y baja activación, entre los primeros estarían la euforia, el cólera, la ira,… mientras que entre las segundas estarían la tristeza, la melancolía, la apatía,…
    Emociones primarias frente a secundarias, siendo las primeras, el cólera, la alegría, el miedo y la tristeza, mientras que las secundarias, amor, sorpresa, vergüenza y aversión.



    Para Juan Rof se pueden distinguir siete componentes en el surgimiento y mantenimiento del mundo emocional:
    – El Espacial, donde el cerebro recoge información externa a través de los nervios sensitivos, sobre impresiones luminosas, auditivas, gustativas, táctiles, olfativas, transformando dichas sensaciones en percepción consciente.
    – Los Impulsos vegetativos o viscerales, que a pesar de compartir unas estructuras y mecanismos neuronales iguales, en cada persona se expresan de forma diferente, variando en cuanto a intensidad de la vivencia, relevancia otorgada y expresión de la emoción.
    Regulación de la actividad del resto de la corteza, que frena o da rienda suelta a las emociones, en ocasiones justificándolas y en otras reprimiéndola mediante mecanismos conscientes.
    – Complejos de integración del Esquema corporal, en el que la persona se reconoce por sus estados de ánimo más frecuentes, como colérica, depresiva,…, lo que hace que sus emociones se vean desdibujadas por éstas tendencias personales.
    Información cinética, la de la fisionomía, el tono muscular y la forma de comportarnos ante cada emoción, va a proporcionarnos una imagen personal sobre cómo expresamos ante las emociones, lo que nos va a ayudar a identificar e interpretar correctamente las emociones en los demás.
    – La Expresión verbal, empleando para ello las estructuras especializadas del lenguaje, aunque algunos autores afirman que en la mayoría de las ocasiones, somos incapaces de expresar con palabras lo que queremos y sentimos, utilizando el cuerpo para hacerlo.
    – La Memoria, en la cual va a afectar de forma considerable las emociones, siendo a su vez matizadas y modificadas estas en función de las experiencias previas en circunstancias similares. Es decir, las emociones nos ayudan a recordar acontecimientos que de otra forma podrían pasarnos desapercibidos y olvidarlos, y a la vez la memoria va a hacer que podamos sentir con mayor o menor intensidad cuando nos encontramos ante una circunstancia similar a la vivida, según tuvo un buen o mal fin la misma.

  • ¿Existe un cerebro emocional?

    ¿Existe un cerebro emocional?

    El mundo emocional forma parte fundamental de nuestra vida, y se procesa de forma diferencial al resto de los estímulos, descubre dónde.
    Existe un componente “primitivo” que nos hace actuar de forma instintiva, sin pensar ni tener en cuenta, la moral, ni el bagaje cultural aprendido, estas son las emociones.
    Cuando pensamos en emociones, podemos hacerlo rápidamente en las más básicas y universales, el amor, el odio, la tristeza o el miedo, de hecho han sido muchos los que han intentado catalogarlas, buscando la clasificación más simple, agrupándolas todas en cuatro, y hay hasta quien ha llegado a recoger después de mucho trabajo más de cien emociones diferentes, las cuales no son sino combinaciones, matices sutiles y diferencias de intensidad o duración de las cuatro iniciales.
    Las emociones si por algo se caracterizan, es por ese componente de irracionalidad que roza lo instintivo, nadie se enamora preparando una ecuación, ni decide tener miedo a las alturas; son acontecimientos que suceden como si la persona tuviese dos realidades:
    – La racional y ordenada, lo que en palabras del psicoanálisis equivaldría al Ello, una parte de nuestra personalidad que acata y cumple con lo que se espera de ella, acorde a las normas sociales y la moral del momento.
    – Las emociones son instintivas e imprevisibles y llegan a dominar la voluntad de la persona, que en palabras de Freud equivaldría al Yo, y sería esa faceta de la personalidad la que nos lleva a querer, desear, buscar y conseguir lo que en cada momento se nos “antoja”.
    Y en medio de los dos, como si se tratase de un juez, el Superyo, encargado de evaluar y sopesar las influencias del Yo y el Ello, y de decidir en cada momento a cuál de los dos se le hace más caso.
    Algunos autores han querido equiparar a ese “juez central” con el prefrontal, ya que realiza una función “parecida”, el de ser quien toma las decisiones e inicia la acción. Otros ven en éste área la “mente racional” que sigue las indicaciones de la cultura en la que vive, equiparándolo al Ello, pero ¿Dónde está el Yo?, es decir nuestra parte instintiva o emocional.
    MacLean (1949) planteaba la evolución del cerebro en tres grandes etapas, el reptiliano, paleomamífero y el neomamífero; siendo el segundo (donde aparece el sistema límbico) el responsable del procesamiento emocional, lo que indicaría que este sistema emocional es anterior al prefrontal, y justificaría sus cualidades en el procesamiento de estímulos afectivos.



    Pero cuando hablamos de emociones normalmente lo hacemos refiriéndonos a un concepto unitario. Según Lang, Bradley y Cuthbert (1997a) las emociones están compuestas por tres dimensiones, la valencia, el arousal y el dominio:
    – La dimensión valencia, haría referencia a la calidad de estímulo en su componente placentero o displacentero (positivo o negativo).
    – La dimensión nivel de activación (arousal), se refiere a la intensidad o excitabilidad provocada por estímulo definido como activante o relajante (alto o bajo arousal).
    – La dimensión dominancia, hace referencia a la fuerza de sumisión o dominancia que provoca el estímulo.
    En la dimensión de valencia, es decir, la dicotomía estímulo positivo vs. estímulo negativo, estos estímulos parecen procesarse de forma distinta, reportándose una mayor activación de la amígdala ante estímulos emocionales negativos, mientas que en regiones frontales la activación resulta mayor ante la exposición a estímulos positivos. Esta diferencia entre el procesamiento de estímulos positivos frente a negativos, se observa también en el impacto que tiene cada uno en las tareas atencionales, existiendo un claro sesgo de negatividad, por el cual los estímulos negativos tienen mayor impacto atencional que los positivos.
    Con respecto a las bases neuronales de la actividad emocional, las áreas que tienen mayor implicación en el procesamiento de las emociones son las subcorticales (amígdala y ganglios basales) y algunas áreas corticales, principalmente la corteza prefrontal, la corteza temporal y cingulada .

    Respecto a la localización del procesamiento de los estímulos positivos frente a los negativos, no se ha llegado todavía a un consenso, así algunos autores defienden que la activación hemisférica se produce por igual ante los estímulos positivos y negativos. Davidson (1984) propuso un modelo de distribución hemisférica del procesamiento de estímulos afectivos según el cual, el lóbulo temporal derecho procesaría los estímulos negativos, mientras el izquierdo procesaría los positivos.
    Completando lo anterior, Heller (1993) postuló la existencia de un área cerebral más amplia (parieto-temporal) como la responsable de analizar el componente de la activación (arousal) de los estímulos; así las zonas frontales anteriores estarían implicadas en el procesamiento de la valencia y la experiencia emocional, mientras que las zonas posteriores lo serían del componente arosual y de los aspectos perceptuales de las emociones.

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