Uno de los problemas con respecto a la violencia doméstica es que escasamente se denuncia, debido a la proximidad emocional entre agresor y víctima.
Violencia doméstica
Con respecto a la violencia doméstica, no existe esta definición entre el agresor y la víctima, pudiendo ser cualquier persona que ejerce violencia física o psicológica sobre cualquier otro del núcleo familiar (descendientes, ascendientes, cónyuges, hermanos, etc.) a excepción del caso contemplado de violencia de género.
Los datos provenientes del I.N.E. (Instituto Nacional de Estadística) de España, sobre la Violencia Doméstica y Violencia de Género desde el 2011 hasta el 2015 (último informe publicado en junio del 2016) muestran una paulatina disminución de casos pasando del 7.744 en 2011 a 7.229 en 2015.
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Violencia en Casa
En mujeres las reducciones más destacadas se dan en el rango de edad de 70 a 74 años, donde se pasa de 193 casos en 2013 a 187 en 2015; por el contrario, los aumentos más destacados en mujeres se dan entre las menores de 18 años, pasando 744 casos a 894.
En hombres, la reducción más destacada se produce entre los 20 a 24 años, pasando de 167 casos en 2013 a 142 en 2015; mientras que el aumento más destacado entre los mayores de 18 años, pasando de 465 casos en 2013 a 592 en 2015.
El perfil de la víctima de la violencia doméstica en 2015, fue mujer (63,0% de los casos), nacida en España (el 83,6% de los casos) menores de 18 años (el 20,6 % de los casos).
El perfil del agresor de violencia de género en el 2015 es de un hombre (75,0% de los casos), nacido en España (83,9% de los casos), con una edad inferior a 50 años (86,9% de los casos).
Con respecto a la relación entre víctima y agresor, las relaciones paterno filiales ocupan el 65,0% de las denuncias por violencia doméstica, de los cuales el 28,7% fue madre; el 11,1% fue el padre y el 25,3% fueron los hijos.
Tal y como se ha señalado, a pesar de los datos recogidos y analizados todavía existe mucho de la violencia doméstica que no es denunciado precisamente por la proximidad entre la víctima y el agresor, ya sea porque exista una relación afectiva o de dependencia.
Así es difícil que un anciano denuncie a un nieto, aun cuando se produzca una agresión por parte de este.
A medida que se dé más visibilidad a estos casos, y sobre todo la posibilidad de denunciar, los datos recogidos serán más próximos a los reales.
A pesar de lo anterior, hay se ha de prestar especial atención al perfil de la víctima para poder establecer mecanismos de denuncia y ayuda; y por otra parte con respecto al perfil del agresor para implementar medidas de prevención.
Una de las situaciones más difíciles a nivel emocional a la que tiene que enfrentarse los menores es la separación de sus progenitores, lo que dejará secuelas.
Los pequeños están sometidos a muchas circunstancias en su desarrollo que pueden generarle tensiones e incluso ansiedad, lo que se va a ver reflejado tanto en su salud como en su rendimiento académico, ya que carecen de los mecanismos necesarios para afrontar y manejar el estrés. A medida que crece el pequeño y va teniendo más experiencia, también va incrementando su capacidad de manejar sus propias emociones y de separar las circunstancias externas de las vivencias propias.
Igualmente, la incidencia de la familia en el desarrollo del menor va «perdiéndose» a medida que va creciendo, ya que cada vez va a pasar más tiempo en el ámbito escolar, y con los compañeros de su misma edad, por lo que la «influencia» de la familia deja paso al de los compañeros y amigos en la adolescencia.
Pero existen circunstancias que generan gran ansiedad en los pequeños, como es el cambio de domicilio o de colegio, así como la separación o divorcio de los progenitores, incluso aunque esto se produzca de forma «civilizada».
En éste estudio se analizó a 314 estudiantes de diversos ambientes, urbanos y suburbanos, en donde se analizaron la conducta y el desempeño escolar atendiendo a si provenían de familias monoparentales o no. El registro de las observaciones se realizó por parte de 118 maestros de preescolar quienes rellenaron diversos cuestionarios, sobre el comportamiento del menor, demográficos y sobre los padres del menor.
Los resultados informan sobre un efecto significativo entre el tipo de familia, monoparental o no y el rendimiento escolar, siendo menor en el los hijos de familias monoparentales; igualmente resultó significativo la conducta observada, existiendo más disrupciones en la de los hijos de familias monoparentales.
Los resultados informan de una clara identificación de los efectos negativos en los pequeños que han sufrido el divorcio de sus progenitores, y que conviven en uno de ellos; efectos que parecen «solucionarse» con el tiempo, ya que es capaz de identificarse en los pequeños a pesar del tiempo pasado.
El estudio afirma que hay que «tomar medidas» a nivel institucional para poder ofrecer a los pequeños el apoyo que necesite, para dentro de lo posible, que las circunstancias familiares tengan la menor incidencia en su rendimiento académico, ya que sino, éste bajo rendimiento y las conductas disruptivas, puede incrementar aún más las tensiones emocionales y el estrés al que se ve sometido el pequeño.
Aunque el estudio ofrece datos «reveladores» adolece de varios problemas metodológicos que hacen «coger los datos con pinzas», ya que los datos se han extraído directamente de la observación de los maestros, sabiendo estos lo que estaban evaluando, es decir, no se ha tomado ninguna medida de control de las expectativas como ciego simple o doble ciego, lo que ha podido facilitar que los maestros, sin darse ellos cuenta, estén poniendo más acento en las diferencias entre aquellos pequeños de las que realmente hay, cumpliendo así con las expectativas del estudio.
Igualmente otra forma de mejorar el estudio, es realizar una evaluación directa mediante entrevista tanto a los menores como a sus padres, de forma que se pueda explorar en qué medida han percibido algún cambio en sus vidas tras el divorcio.
Aún y con todas las consideraciones, parece claro que el divorcio, con la consiguiente separación de los progenitores es un elemento estresante dentro de la vida del pequeño que va a verse reflejado en su desempeño académico y en las relaciones sociales que establezca con sus semejantes.
Tradicionalmente la testosterona ha sido vinculada con la agresividad, pero ¿Es posible que también pueda producir un comportamiento prosocial?
Uno de los comportamientos tradicionalmente atribuidos al mundo animal a diferencia del humano es el de la agresividad como medio de subsistencia, ya sea con sus semejantes para conseguir y mantener un determinado estatus, como con sus presas.
En humanos, a pesar de que existen “rasgos” de agresividad en alguno de nuestros comportamientos diarios, como gritar al que realiza un adelantamiento indebido, estos no llegan a manifestarse como una amenaza para nuestros semejantes, todo ello gracias a la socialización, es decir, la interiorización de valores y códigos de conducta, que permiten la convivencia en sociedad.
La agresividad se ve fomentada en determinados momentos de escasez de recursos, o cuando se está ante un peligro inminente, igualmente el sitio donde se vive, por ejemplo en un barrio inseguro, puede acentuar esa agresividad interna como medio de sobrevivir ante un medio hostil, pero ¿De dónde “sale” nuestra agresividad?
Algunos teóricos señalan a reminiscencias de los tiempos de las cavernas, donde la línea que nos separaba del mundo animal era muy fina, y en donde se regían por los mismos comportamientos instintivos para alcanzar un estatus y mantener su territorialidad. Algunos autores distinguen precisamente entre agresividad, entendida como algo “útil” para el individuo, y la violencia, como una conducta destructiva sin ningún fin en sí misma, aunque sus manifestaciones en peleas o agresiones a otro puedan a veces llevar a confusión.
El origen de la agresividad es multifactorial, ya que se debe tanto a un componente genético, como social y educacional, facilitado por el consumo de determinadas sustancias estimulantes, así como por algunos estados mentales distorsionados, como en el caso de los maniacos-depresivos, paranoides o psicóticos.
En humanos, durante muchos años se ha atribuido a la testosterona, como la responsable de la presencia de la agresividad, lo que explicaría porqué en la juventud que tiene los niveles más elevados de testosterona se muestran los comportamientos más agresivos, aunque también se ha observado cómo la agresividad genera mayores niveles de testosterona, por lo que no está claro cuál es el desencadenate de los dos.
Los estudios inicialmente llevados a cabo en hombres castrados indicaban que su menor agresividad se debía precisamente a la ausencia de testosterona, pero la administración de distintos niveles de testoterona soluble no muestran un incremento de la agresividad, por lo que se considera que es un elemento necesario pero no suficiente.
Recordar que la testosterona, a pesar de ser una hormona presente principalmente en el hombre, no es exclusiva de él, ya que también la mujer la produce y se vé sometida a sus efectos.
Aunque existen grandes diferencias en cuanto a la expresión de la agresividad según el género, siendo más explosivo y directo en el hombre, llegándose a enfrentar “cuerpo a cuerpo”, mientras que en la mujer es más sutil y en ocasiones psicológico, produciendo el mismo o mayor efecto que el que se consigue con “los puños”.
Como se ha indicado hasta hace unos años, se consideraba que a mayores niveles de testosterona mayor conducta agresiva exhibida, para lo cual se medían los niveles de ésta hormona en centros penitenciarios o se administraba de forma soluble a voluntarios.
Actualmente se está poniendo en cuestión dichos resultados, observando cómo la presencia de testosterona ayuda a tener un mayor juicio de valor a la hora de tomar decisiones, pero también puede llevar a a un comportamiento prosocial, al menos así lo afirma un estudio de la Universidad Erasmus de Rotterdam (Países Bajos) publicado el 2014 en la revista científica Psychologial Science.
En el mismo se analizó el comportamiento de 54 mujeres a las cuales a la mitad se les administró testosterona diluida, mientras que al resto se le daba un placebo, observándola en dos tipos de tareas, una que implicaba competitividad y otra que no.
Los resultados informan que en aquellas tareas de tipo colaborativo, las mujeres que habían bebido testosterona estuvieron más dispuestas a colaborar que las que tomaron placebo, desmintiendo con ello el efecto negativo de la testosterona en todos los casos, como agente “incitador” de la agresividad.
El sentimiento de agresividad se convierte en algo primario dentro de nuestro desarrollo, que nos sirve para definirnos como individuo, con lo que poder establecer los límites de territorialidad y posesión, aspectos que la sociedad actual ha educado para realizarlo de forma más “civilizada”, pero que cuando se dan las circunstancias de desinhibición, por el consumo de alcohol u otra sustancia, reaparecen como un instinto de supervivencia.
Todavía no está claro sobre el papel que juega la genética o el ambiente social en la “determinación” de la agresividad, entendiéndose que es una combinación de ambos, el desarrollo en un ambiente “marginal” en donde el miedo por la inseguridad es constante, la agresividad se va a “activar” como forma de autodefensa de sí mismo y de los demás, vivenciando desde pequeño como “normal” actos delictivos, ofensivos y agresivos.
Además la violencia conlleva un plus, al ir revestida de poder, aquel que es más agresivo es temido y “respetado” por los demás, que procuran no contrariarle en nada ni “ponerse en su camino” para no sufrir las consecuencias.
Los pequeños que han sido víctimas de ésta agresividad intrafamiliar, cuando crecen van a tender a repetir dicho modelo con sus parejas, sobre todo en la adolescencia temprana van a “rebelarse” contra su posición de víctima para convertirse ahora en los agresores, buscando que los demás le teman y “respeten” tanto como lo hacían con su agresor.
En ocasiones no es capaz de “devolver” la agresividad recibida a quien le ha estado “castigando” injustamente, porque es más fuerte o porque ya no está, lo que genera gran frustración, en este caso orienta toda esa “rabia” contenida en otra tercera persona o en un objeto.
Por lo que se convierte en un círculo vicioso dentro de las familias y en los barrios “marginales”, donde la forma de sobrevivir es con y para la agresividad.
La agresividad puede ser directa o indirecta, en el primer caso estamos hablando de golpear, pegar a algo o a alguien física o verbalmente, en el segundo caso, más empleado por las mujeres, se trata de una agresión “psicológica”, en el que con murmuraciones, comentarios a la espalda,… trata de minar la credibilidad de la persona y burlarse de ella ante los demás.
Pero si hasta ahora hemos hablado de agresividad hacia alguien o algo externo, también hay que mencionar la posibilidad de que ésta agresividad esté dirigida contra uno mismo, ya sea por un alto nivel de frustración, unido a una baja autoestima o un elevado sentimiento de culpabilidad que le hace sentirse constantemente mal consigo mismo.
Los pequeños aprenden desde etapas muy tempranas, cómo canalizar la frustración de sus deseos, y es mediante la corrección y supervisión de sus progenitores, especialmente del padre, cuya ausencia puede facilitar la agresividad.
La agresividad a parte de las consecuencias físicas que entraña al golpear a otro, va a conllevar una serie de problemas en la salud provenientes de la expresión de la conflictividad interna mostrándose como enfermedades psicosomáticas, dependiendo de la intensidad sentida va a influir:
– A nivel digestivo, con expresiones como anorexia, bulimia, “bola esofágica”, náuseas, vómitos o diarreas, ante los casos “más leves” de agresividad; a niveles “intermedios”, obesidad y colitis espasmódica; y a niveles “elevados” de agresividad úlceras gastroduodenales y rectocolitis hemorrágica.
– A nivel cardiovascular con taquicardia, palpitaciones, alteraciones de la presión arterial, a nivel más “superficial”; dolores precondiales, lipotimias, desvanecimientos, distonía vegetativa o trastorno vasosimpático, a nivel “intermedio”, y a niveles altos de agresividad, infartos de miocardio e hipertensión arterial crónica.
Un elevado nivel de agresividad contenida, además de los efectos psicosomáticos citados, va a afectar a otros órganos, siendo generador de enfermedades como, a nivel respiratorio provocando asma; o en la piel, alergia con manifestaciones de palidez y sonrojo.
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Las consecuencias de las Enfermedades psicosomáticas, asociadas a altos niveles de ansiedad, debido a la relación del sistema P.N.I.E., es aplicable en el caso de personas con altos niveles de agresividad, ya que van a estar “siempre” dispuestas para la lucha, lo que va a provocar un agotamiento prematuro de los órganos del cuerpo, producido por los niveles de estrés elevados, que con ello facilita la aparición de las enfermedades psicosomáticas. Es por ello, que hay que enseñar a los más pequeños a canalizar correctamente su frustración y agresividad, no sólo porque eso le ayudará a su desarrollo en sociedad, sino porque así se le ayuda a prevenir la aparición de enfermedades psicosomáticas.
Un reciente estudio realizado por la Universidad Case Western Reserve (EE.UU.), publicado en el 213 en la revista científica Child Abuse & Neglect, analiza la relación de la violencia intrafamiliar con la que luego expresan pequeños entre los 3 y 8 años de edad. Los resultados informan de que los pequeños exhiben más comportamientos agresivos cuando la madre tenía problemas psicológicos y mostraba baja calidez hacia el menor, en cambio, y al contrario de lo que se podría esperar, no encontraron una mayor agresividad entre los menores que vivían en un ambiente con violencia intrafamiliar ni entre los que habían sufrido abusos físicos.
Ésta agresividad como se ha indicado se puede generar desde pequeño por vivir en un ambiente “inadecuado” e inseguro, pero también ante la ausencia del padre, quien al no poner “límites” va a hacer que el pequeño no refrene sus deseos, lo que va a “chocar de frente” con el “mundo exterior”, que le generará gran frustración que va a exteriorizar a través de la agresividad. Igualmente una figura rigurosa y estricta va a provocar que durante la adolescencia se produzca una respuesta “inversa” con agresividad como forma de “liberarse”.
Incluso los sentimientos de culpa que para unos es invalidante, “aplanando” su quehacer diario por esa excesiva carga que le “atormenta”, para otros en cambio se convierte en escusa para expresar su agresividad, debido a la frustración que los pensamientos recurrentes le generan sobre su “mal hacer”.
Realizar una breve mención en éste momento sobre la estrecha relación existente entre la agresividad y la ansiedad, definida ésta segunda, como la preparación para la acción, ya sea de huida o de evitación en el caso de que “venga” un peligro, pero también cuando es la propia persona quien “inicia” la acción.
El Bullying es una de las situaciones más difíciles que puede vivir un pequeño fuera del ámbito familiar, y origen de enfermedades psicosomáticas.
Acoso escolar
Los pequeños en ocasiones están expuestos a situaciones de estrés que «les supera» como es en el caso del Bullying o Acoso Escolar donde uno de sus compañeros o un grupo de ellos le hacen «la vida imposible», con conductas que tratan de humillarlo y minar su autoestima, todavía en formación.
Éste estrés producido por el continuo acoso, va a tener una serie de consecuencias en el menor, como va a ser una reducción de la autoestima lo que va a afectar a su estado de ánimo, el rendimiento escolar,… , además puede llegar a desencadenar en trastornos psicosomáticos.
Éstos son manifestaciones físicas de enfermedad producido por conflictos internos, los cuales van a ir cambiando en función de la edad:
– En los más pequeños, de 0 a 6 meses, se restringe prácticamente al área de la alimentación, con cólicos, vómitos e incluso anorexia, además puede ir acompañado de insomnio (área neurológica) y atopías (área dermatológica).
– De 6 a 12 meses, el área de la alimentación cambia hacia las diarreas rebeldes, colitis ulcerosas, rumiaciones o mesmerismo; incorporándose el área de la respiración con asmas y espasmos de sollozo.
– En la infancia (más de 12 meses) y la adolescencia, se mantienen las afecciones del área de la respiración, cambiando en el área de la alimentación a anorexia y bulimia, obesidad, ulcus, caprichos alimenticios o abdominalgia; ampliando el abanico en el área neurológico con algias, migrañas, y síntomas de Gilles de Tourette; y mostrando nuevas patologías, como en el área endocrino, con retraso psicógeno del crecimiento o diabetes; el área de la excreción, con enuresis, estreñimiento, encopresis o megacolón; y en el área de la dermatología con alopecias, psoriasis, tricotilomanía, acné, dermatitis o puritos.
Como se puede observar a medida que crece la persona, se va ampliando la variedad de síntomas psicosomáticos que puede experimentarse, algunos autores lo explican debido a un mejor conocimiento del esquema persona de nuestro propio cuerpo y por tanto, en un mayor dominio de él.
A pesar de estas diferencias, entre los signos expresados en edades más tempranas o en la adolescencia, el origen del mismo sigue siendo idéntico, atribuyéndose a:
– un conflicto interno entre pulsión y conciencia, defendido por el psicoanálisis.
– una carencia afectiva en los primeros años de vida, más allá de recibir los cuidados y atenciones debidos.
– un reflejo de una personalidad tipo C de la madre, que va a conformar la del pequeño.
– un reflejo de la conflictividad externa que se “proyecta”, debido a un ambiente inadecuado.
Bullying escolar
Es precisamente en éste último punto donde se enmarcaría el Bullying o Acoso Escolar, es decir, los efectos psicosomáticos producidos antes un medio ambiente inadecuado, así lo afirma un reciente estudio de la Università di Padova (Italia) en el que se publicado en Pediatric. Los autores realizaron un meta-análisis con 30 estudios previos extraídos de 119 publicaciones científicas sobre los efectos psicosomáticos del Bullying. Las conclusiones del estudio informan de los resultados claros sobre los efectos en la salud comparando a los niños y niñas acosados por sus iguales frene a otros pequeños de la misma edad.
Consecuencia acoso
Un dato curioso de éste estudio es que los efectos en el tiempo son menores en las niñas frente a los niños, aunque no especifica claramente cuáles pueden ser los motivos de estas diferencias, el prematuro desarrollo de capacidades lingüísticas y comunicativas pueden proporcionarle herramientas adecuadas para poder «quejarse» a los adultos de la situación de acoso, y contar un mayor grupo de apoyo que los niños de su misma edad.
Recordar que los trastornos psicosomáticos surgen inicialmente cuando la persona no es capaz de poner palabras y expresar aquello que siente y que le está provocando gran tensión, y es el cuerpo el que se expresa y «comunica».
Los síntomas más habituales que puedan surgir en éstos pequeños que sufren acoso escolar son, dolores de cabeza difusos, pérdida de apetito, dolor abdominal y eneuresis (micciones nocturnas).
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