¿Se puede evaluar la tendencia a la violencia machista?

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Uno de los problemas más acuciantes en la sociedad actual es la violencia machista.

Si bien el principal problema son las consecuencias que genera sobre la mujer, los profesionales por su parte tratan de prevenirla como medio de evitar dichas consecuencias.
Son varios los frentes de trabajo para la prevención tal y como la enseñanza en las escuelas, las asesorías gratuitas, por ejemplo en el Instituto de la Mujer, e incluso los teléfonos de denuncia de maltrato en el caso de que se sufra.
A pesar de ello, parece que la eficacia es limitada, en cuanto que el número de fallecidas no se reduce de forma significativa a pesar de los esfuerzos de las administraciones implicadas.


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Algo parecido sucede con las denuncias, en en vez de disminuir con los años, estas han aumentado, lo que podría explicarse por un incremento en el número de casos de violencia machista, pero también en cuanto a la mayor sensibilización de la mujer a la hora de denuncia situaciones que antes se “callaba”.
Por tanto las estadísticas actuales, y basado en esa sensibilización, serían más próximas a la realidad que las de hace unos años en donde sólo se denunciaban algunos casos.
A pesar de lo anterior, el gran problema es que este maltrato se suele realizar dentro del ámbito familiar y por tanto es relativamente difícil su detección si no es por una denuncia por parte de la afectada.
Otro aspecto es con respecto al aprendizaje de esta conducta de maltrato, la cual se ha tratado de relacionar con características de personalidad, de temperamento y de “presión grupal”, aunque el factor que parece influir en mayor medida es el “ejemplo”, es decir el aprendizaje del maltrato tanto directo como vicario.

En el primer caso, se trataría de ver como “normal” el maltrato dentro de una casa, ya que el menor lo ha visto así “desde siempre”, considerándolo como algo “establecido” dentro de la dinámica de la familia y por tanto, cuando este joven tenga pareja o su propia familia repetirá estos patrones aprendidos.
Aspecto que todavía no se sabe muy bien cómo evitar, aunque existen algunas medidas de “alejamiento” y de retirada de la patria potestad de los hombres condenados por maltrato, para que no den “mal ejemplo” a sus hijos, estos sólo afectan a aquellos que están condenados por sentencia fija, y no al resto de los maltratadores a espera de juicio o que ni siquiera han sido encausados por falta de pruebas o de denuncia previa, pero ¿Se puede evaluar la tendencia a la violencia machista?

Esto es lo que ha tratado de responderse con una investigación realizada desde la Universidad de Valencia (España) y cuyos resultados han sido publicados en el 2018 en la revista científica The European Journal of Psychology Applied to Legal Context.
En el estudio se analizaron las propiedades psicométricas de un test diseñado para detectar la violencia machista dentro de las familias, sin que se precise de denuncia previa al respecto.
El citado test se llama VPM (A-IPVAW, Acceptability of Intimate Partner Violence against Women scale) y fue administrado inicialmente a 1500 voluntarios que debían de responder a sus ítems, para extraer los componentes factoriales del mismo.
Con posterioridad se administró a 50 agresores de violencia machista con edades comprendidas entre los 21 a 69 años, para comprobar sus niveles de VPM.
Igualmente a los participantes se les administró un cuestionario sobre sexismo ambiental a través del Ambivalent Sexism Inventory (ASI) y el Perceived severity of IPVAW (PS-IPVAW) para analizar sobre la opinión de la gravedad percibida de los casos de violencia machista.Los resultados muestran que el instrumento tiene validez tanto de constructo como de contenido, comprobando cómo los maltratadores obtenían puntuaciones elevadas de VPM, lo que significaba que ellos veían “normal” y aceptable el maltrato infringido contra la mujer.
Igualmente aquellos que obtenían altos niveles de VPM mostraban también puntuaciones elevadas en sexismo y puntuaciones más reducidas en cuanto a la gravedad percibida de machismo. Es decir, tenían una relación directa con la ASI e inversa con PS-IPVAW.

Entre las limitaciones del estudio está el no haber separado a los agresores en función de diversos rangos edad para conocer si estas tendencias se mantienen, aumentan o se reducen en el tiempo.
Igualmente no se han separado a los agresores en función de la “gravedad” o “reincidencia” de sus delitos, por lo que no se puede conocer si estas variables influyen.
A pesar de lo anterior, el disponer de un nuevo instrumento es una buena noticia, ya que no hace falta esperar a que la mujer denuncie, si no que ante “sospechas” por ejemplo por parte de los servicios sociales, pueden administrar este test, y comprobar si los niveles son o no elevados, teniendo la seguridad de que con resultados elevados la mujer tiene altas probabilidades de “correr peligro” de ser agredida por dicho hombre, y por tanto, podrían realizarse algún tipo de intervención preventiva específica para dicha pareja o matrimonio.
Aunque este sea el objetivo de dicho test, todavía no ha sido “puesto en práctica”, por lo que hay que esperar a nuevas investigaciones para conocer hasta qué punto es una herramienta útil para la prevención de la violencia machista.

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