La naturaleza tiene una gran influencia en nuestra vida, quizás más de lo que nos habíamos percatado hasta ahora.
Para conocer cómo afecta, primeramente hay que saber cuáles son sus ciclos, estos van desde los más cortos hasta los más largos, desde el circadiano (24 horas), el lunar (29 días), el estacional (4 estaciones) hasta el anual (365 días).
Cada uno de estos tiene su incidencia en nuestro organismo, sobre todo en el sistema endocrino, responsable de la segregación de las hormonas, que afectan directamente al estado de ánimo y están implicadas entre otras, en funciones tan importantes como el crecimiento, todo ello va a repercutir en nuestro humor y estado de concentración, que afectará a su vez al rendimiento intelectual y las relaciones sociales.
De ahí la importancia de conocerlos y tenerlos en cuenta, pues el paso del tiempo no se limita a “traernos” un resfriado cuando empieza el otoño, sino que va mucho más allá, pudiendo hacernos padecer enfermedades graves como la depresión estacional entre otras.
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Pero por si fuera poco, además de vernos afectados por los cambios externos de la naturaleza, es decir, por los ritmos extrínsecos; vamos a estar también influidos por ritmos internos de nuestro organismo, denominados endógenos, esto es, dentro de cada uno, existe una serie de procesos que se repiten y suceden de forma cíclica, que van a tener igualmente una gran influencia en nuestro rendimiento y nuestras relaciones sociales. La rama de la ciencia que se encarga de estudiarlos se llama cronobiología.
Quizás el ritmo interno más evidente que coincide con el del ciclo día-noche sea el del vigilia-sueño de 24 horas; de hecho el fenómeno del jet lag es un claro ejemplo de que tenemos “algo” dentro que nos hace tener “nuestro ritmo” independientemente del tiempo que haga y que si nos desplazamos y variamos nuestra relación día-noche, nos veremos sometido a algunos efectos del reajuste.
Aunque existían experiencias de jet lag desde que se empezó a viajar, sus efectos se fueron haciendo más evidentes a medida que los medios aéreos y de locomoción se mejoraban, acercando localidades que con anterioridad se podían tardar días e incluso semanas en recorrer, llegándose a denominar “el mal del viajero”.
Tiene su ciencia también la siesta – Periódico AM Https://t.co/OqvR5mtaWT
— Cronobiologia (@Cronobiologia) 4 de septiembre de 2016
Pero estos datos eran anecdóticos, y sin ninguna explicación científica al respecto, un mal necesario para los comerciantes y aventureros, asemejado al mareo que sufren los que utilizaban el barco para sus desplazamientos; por lo que se tuvo que esperar hasta la década de los 60, a que los padres de la cronobiología empezaran a idear una forma de poner en evidencia éste reloj interno también denominado reloj biológico, y fue preparando un habitáculo en condiciones controladas de ruido, temperatura y humedad, donde se suprimió la luz. Los resultados fueron sorprendentes, al observar cómo a pesar de permanecer largos períodos sin luz mantenían su ritmo de actividad normal de temperatura, ingesta o sueño, de un poco más de 24 horas.
Similares resultados se obtuvieron por distintos espeleólogos que permanecieron varios meses encerrados bajo tierra, aislados de los cambios externos de luz y temperatura; incluso en el caso de los astronautas.
El descubrimiento del reloj interno posibilitó el desarrollo de un campo de investigación, que estudia cómo los ciclos externos, y ahora internos, influyen en todos los órdenes de la vida cotidiana, tanto en las relaciones sociales, rendimiento laboral o educativo, y en la salud.