Normalmente cuando se habla e dolor se piensa en el dolor “físico”, es decir, aquel que tiene una causa externa, percibida a través de los sentidos, y transmitida al cerebro para su procesamiento, pero existe otro dolor, de origen psicológico, denominado duelo.

Ante la pérdida del Padre

El duelo, que experimenta una persona cuando pierde a alguien o algo querido, cuanto mayor sea la proximidad física y emocional hacia esa persona, o la estima que se le tiene a ese objeto, mayor efecto tendrá sobre sus emociones. Es cierto, que “no se puede comparar” la pérdida de un familiar, con la de un perro, o la de un juguete que se tenía desde pequeño, pero la vivencia psicológica puede ser igual de intensa en los tres casos, ya que depende del cariño que se le tuviese.
El “dolor” que se siente es tan profundo que puede llegar a ser incapacitante, lo que además va a ir acompañado de un estado de ánimo decaído, con pérdida de interés por las actividades que antes le resultaban “placenteras”, buscando el aislamiento y el distanciamiento de los demás, especialmente de aquellos que “le recuerden” la pérdida, llegando en ocasiones a querer cambiar de lugar de vivir para evitar encontrarse con “sus recuerdos”.
Quizás los “dolores” más intensos para los hijos, provenga de la pérdida de sus progenitores, especialmente de la madre, ya que es sobre dicha figura donde recaen las tareas de atención, protección, alimentación y cuidado, además de ser la primera figura de apego.


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Ante la pérdida de la Madre

Para lograr superar el “tránsito” del duelo, hay que ir pasando por una serie de etapas, que van a conducir al “superviviente” a aceptar su “nueva condición”, sabiendo que esa persona querida que ha pasado por su vida, nunca dejará de estar presente de una forma u otra. Según Kübler-Ross se ha de pasar cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Incluso aunque llegue un “sustituto”, un padrastro o madrastra, eso no va a hacer olvidar el dolor sentido por la pérdida, aunque sí lo mitiga en la medida que “rellena” parte del el vacío afectivo que dejó la “separación”, lo que va a permitir a la persona “descargarse” de los pensamientos recurrentes que suele acompañar al duelo, tales como “Si lo hubiese sabido….”, “Si en vez de…”, “Si le hubiese dedicado más tiempo…”; pensamientos que pueden generar “falsos” sentimientos de culpa, en el que la persona puede llegar a “caer”, atribuyéndose la responsabilidad de unos hechos, que en la mayoría de los casos son imprevistos y alejados a su control.
En todas las sociedades se establecen determinados rituales en torno al difunto, que no hacen si no servir como manifestación pública de dolor, lo que a la larga va a ayudar a los “supervivientes”, ya que han tenido la oportunidad de comunicar sus sentimientos, y de que los demás le den muestras de apoyo y cariño, todo lo cual va a facilitar el “transito” que implica también un cambio de rol, donde el cónyuge se convierte en viudo/a, y el hijo/a en huérfano.
Participar en dichos ritos hace que el menor sienta que está «actuándo», haciendo algo, para «honrar la memoria» de su progenitor fallecido, y que además cuenta con el apoyo de familiares y amigos que le acompañan, lo que le ayuda a asumir la «pérdida» y a hacerse conciente de ello.
A cada edad se le tiene que ayudar al menor a asumir la noticia, aunque en el caso de los más pequeños todavía no tienen incorporado la noción de «muerte» como algo permanente, siempre hay que decirles la verdad, pero de forma que puedan entenderlo.


Ante la pérdida de los padres

Aunque el tiempo parece jugar un papel importante como «catalizador» produciendo efectos «sanadores» al distanciar a la persona del suceso doloroso, se han desarrollado una serie de técnicas que buscan ayudar a superar la situación; para ello, los centro educativos suelen contar con un counseling u orientador escolar, el cual emplea técnicas de juego para expresar los sentimientos del menor, así como para ayudarle mediante «metáformas» a comprender la nueva situación en su vida, facilitando así el «tránsito» del duelo, haciendo que éste no deje «secuelas» en la vida adulta.
Al menos así lo afirma un reciente estudio realizado conjuntamente por Georgia Southern University y University of Alabama publicado recientemente Professional School Counseling, en donde diseñan un plan de intervención del duelo en la escuela, buscando que dentro de su «ambiente natural» de la escuela encuentren el apoyo y la ayuda necesaria en estos momentos difíciles.