¿Tienen los superdotados cerebros diferentes?

En algunos países la temática de los superdotados o de las personas con altas capacidades parece estar un poco alejada del interés de la sociedad, más sensibilizada con otras características, entendiendo que los “más inteligentes” van a poder “sobrevivir” y “salir adelante” por sí mismos, centrando las políticas con respecto a las necesidades especiales con los que “realmente” lo necesitan para que puedan alcanzar el mismo nivel del resto, o al menos para potenciar en la medida de sus posibilidades sus capacidades.
En la otra aproximación se da la situación contraria, existiendo políticas orientadas a la detección temprana y potenciación de sus capacidades como una forma de invertir en su propio futuro por parte de la sociedad, sabiendo que estas personas van a ser las que el día de mañana van a conseguir solucionar los problemas que vayan surgiendo aportando nuevos avances y descubrimientos.
Dos concepciones basadas en distintas aproximaciones a la inteligencia, la primera daría cuenta de una más biológica, en donde se asume que dada una dotación genética, la persona va a tenerla toda su vida, y esto le va a “facilitar” su desarrollo; en cambio, la segunda, sin rechazar la dotación genética asume que la mayor potencialidad, concibe que se ha de trabajar mediante el esfuerzo y la práctica para poder conseguir desarrollar al máximo dicha potencialidad, lo que permitirá a la persona ser un “gran” médico, músico o científico, pero ¿Tienen los superdotados cerebros diferentes?

Esto es lo que se ha tratado de averiguar con una investigación realizada desde el Instituto de Investigación Biomédica August Pi i Sunyer (IDIBAPS); la Fundación Oms; el Centro de Diagnóstico por Imagen del Hospital Clínico; el Grupo de procesamiento de datos y señales; y el Grupo de Investigación en Cuidado Digital de la Universidad de Vic; el Instituto de Neurociencias y el departamento de Psicología Clínica y Psicobiología de la Universidad de Barcelona (España) junto con la Unidad de Mapeo Cerebral, Departamento de Psiquiatría, Universidad de Cambridge y el Inmuno-Psiquiatría, Unidad de Área Terapéutica de Inmunoinflamación (Inglaterra) cuyos resultados han sido publicados en el 2019 en la revista científica Brain Structure & Function.
En el estudio participaron 29 niños con una media de 12 años, 15 superdotados con C.I. mayor de 145 con percentiles por encima de 90% en actitud memorística, espacial, numérica, razonamiento abstracto y verbal; y el resto que actuaría como grupo control con C.I. hasta 126, evaluado mediante el Wechsler Intelligence Scale for Children (WISC).
A todos ellos se les hizo pasar por una resonancia magnética en estado de reposo para comparar las características cerebrales de ambos grupos.
Los resultados muestran diferencias anatómicas entre ambos grupos igualados por edad, que en el caso de los superdotados contienen estructuras con una interconexión global e integrada, es decir, se produce una concentración topológica a nivel neuronal que incrementa su eficacia frente al grupo control que tiene una distribución más amplia y difusa.
De esta forma los cerebros de los superdotados no sólo realizan procesamientos más eficientes en áreas específicas del cerebro, sino que también la comunicación entre dichas áreas y la integración de la información es más rápida y eficiente, permitiendo por ejemplo tener una mayor capacidad en la memoria de trabajo, la cual requiere de la participación de diversas regiones para poder seguir y completar una tarea dada.

Entre las limitaciones del estudio comentar el que únicamente se hubiesen incluido a niños dejando fuera el análisis del cerebro de las niñas e igualmente que se analizase sólo el cerebro de los diestros, siendo la representación de diestro entre los superdotados mucho menor que en la población general.
A pesar de lo anterior el estudio permite comprender cómo los menores superdotados van a tener una mayor capacidad cerebral de procesamiento de la información, lo que no necesariamente se relaciona con unos mejores resultados académicos.
Aunque los autores no comentan sobre el “origen” de estas diferencias, al no entrar a valorar el papel de la genética o del ambiente, es evidente que queda en manos del sistema educativo poder proporcionar la estimulación necesaria para poder desarrollar la potencialidad neuronal del menor.